MEMORIA DE UNA CASA DE PAPEL Hay momentos que solo el tiempo, con su andar paciente, logra rescatar desde la memoria y poner en primer plano. Instantes que parecían perdidos y que, al volver, encuentran su justa dimensión dentro de nuestra historia personal. A principios de los 2000, mientras daba talleres de collage en la Escuela Nº 156 “Prof. Clemente Estable”, en el barrio Abrojal de mi pueblo, Santa Lucía, en una clase propuse trabajar el tema de la forma a partir de una construccion con papeles de colores: recortes, rasgados, fragmentos mínimos. Eran tiempos de crisis económica. A cada niño le correspondía apenas un cuadrado de papel glacé de 11 × 11 cm., y debía elegir , siempre y cuando se pudiera, su color preferido. La estrategia —nacida de la carencia— consistía en compartir entre todos esos pequeños trozos de color para sumar variedad a las composiciones y evitar desperdicios. Todos adoptaron ese modo de trabajar, menos uno, o una, en toda esa clase. Cuando vi su collage, quedé sorprendido. Había creado una casa absolutamente minimalista, una combinación delicada de corte y rasgado que contenía una sensibilidad inesperada. Yo llevaba ya muchos años trabajando con técnicas mixtas y collage como base de mi hacer, pero aquel trabajo infantil se convirtió en una referencia silenciosa, una señal discreta de lo que vendría después. Con el tiempo entendí su verdadero valor. Desde entonces, mi fascinación por el collage creció, y las búsquedas dentro de el se volvió un camino propio, aún en marcha. La idea del volumen, de "la caja"como eje de los contenidos, fue cobrando sentido y marcó de manera profunda mi manera de crear. Lo que el tiempo y la memoria aún no me han devuelto es el nombre —ni el rostro— de aquel o aquella escolar que, sin saberlo, abrió una puerta importante en mi camino de búsquedas.

*copia 2025 del trabajo original